sábado, 13 de diciembre de 2008

26 de noviembre

Muchas más en: carnesselectas.blogspot.com

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Atravesar las aceras del Village cualquier día entre semana puede resultar complicado, y más si se trata del sábado, día de descanso para los judíos y en absoluto para los neoyorkinos. Aún habiendo transcurrido tantos años desde mi llegada a tierras norteamericanas, cuarenta años en total, me siguen sorpendiendo, como el primer día, las febriles riadas de automóviles horadando el pavimento de la miseria. A veces me pregunto si sería posible un mundo sin autos, y siempre llego a la misma conclusión: ¿podría vivir yo sin mi arte?

Este es un día especial, no uno cualquiera dentro del calendario de visitas; hoy me han invitado a la tradicional comida de celebración del shabbath, día muy señalado para la comunidad judia a la que pertenezco, pero sin cumplir a rajatabla muchos de los preceptos que guían la vida religiosa. No estoy acostumbrado a estas reuniones –ya saben, lo mío son las congregaciones de falsos humildes artistas ansiosos de devorar su porción de tarta en litigio–, por lo que he tomado buena cuenta de esos detalles que un buen judio practicante espera encontrar en sus invitados. En este caso

Seguro que todo sale bien, serán de lo más comprensivos si cometo algún desliz. Tendré que dejar de lado todas las anécdotas acerca de la mercadotecnia del arte y vicisitudes varias que he de sufrir cada poco tiempo; aparcaré en doble fila mi darkside materno con el objetivo de mostrarme de lo más sociable y locuaz.
El taxi remolonea en exceso para mi gusto; el dominicano que lo conduce parece disfrutar con el sintonizador digital de la radio hasta encontrar una melodía que parece convencerle. Afuera rugen las alturas vomitando la lluvia ácida condensada en las nubes; aquí dentro explotan los timbales de Tito Puente.
El trayecto termina donde comienza el genuino shabbath, no por mi parte claro, ya que el rabino de mi sinagoga parece ser el perfecto anfitrión, razón por la que me espera a la puerta de su casa, ansioso de conocer, según palabras suyas llegadas a mí, a un auténtico pintor y escultor.

Sorprendido negativamente por mi llegada en automóvil, me saluda:
- Shalom. ¿Cómo está el artista? –pregunta.
- Pues no lo se, de haberlo sabido hubiera venido con Jesucristo –le respondo mientras su rostro se descompone–.

¡Ahhg!, craso y definitivo error. Espero que valore la tortura de Tito Puente al no venir a pie.

tregua de agua dijo...

Parece el inicio de algo más grande. El inicio del personaje es interesante, es extraño y moderno, descreído, al que parece que al final le amenazará algo. Yo seguiría. Buena año, Jesús.

Max Verdié dijo...

Hola, R. Soy M.

Puedes encontrarme en marcos@koalaproducciones.com o poniendo Max Verdié en diversos sitios.

A la espera quedo.

Abrazos.