martes, 25 de noviembre de 2008

Domingo (Paloma)

1 comentario:

tregua de agua dijo...

Como un domingo cualquiera, se había levanado tarde, sin prisa. Era la consecuencia inevitable de otra larga noche en vela. El desorden reinaba en aquellos escasos cuarenta metros de espacio en el que había que abrirse camino entre las cajas que reposaban por todas partes. Estuvo buscando desesperadamente en la diminuta cocina algo para quitarse la sensación de vacío en el estómago y el reseco del tabaco. Por fin consiguió encontrar un paquete de café abierto en una de las cajas y aún quedaba algo de whisky en la botella.
La mañana se presentaba lluviosa y sin nada a la vista, excepto lo de siempre. Después de tanto tiempo juntos se le hacía rara la idea de apartarlo de su vida, pero tarde o temprano tenía que hacerlo. La decisión estaba tomada. Se duchó y pensó que sería un buen ejercicio salir a la calle a dar un paseo a pesar de la lluvia, comprar el periódico... ¡sí, eso es lo que haría! miraría el reloj y se obligaría a no volver al apartamento al menos en una hora, que para empezar era bastante. Como tampoco encontraba un paraguas (ni siquiera sabía si lo tenía), se puso una gabardina y se subió el cuello. En ese momento estaba despejado y como era un lugar nuevo para él no tenía claro hacia donde tirar, pero debía cumplir su objetivo. De frente había un parque vacío que le daba tristeza así que empezó a callejear sin rumbo. El barrio parecía que podría servirle de acicate porque pequeñas tiendas salpicaban la zona. Desde la ventana de su apartamento observaría, incluso sin proponérselo, el ir y venir de los vecinos y ese movimiento le ubicaría en el mundo. Eso sí ayudaría a su recuperación.
A esas horas apenas había gente por la calle, todos estarían comiento animadamente con sus familias en un ambiente protector. Encontró un kiosco y se "sorprendió" a sí mismo, entrando a comprar el periódico y tabaco. Como suele pasar en estos establecimientos encontró también algo para comer. Miró el reloj, aún era un poco pronto y de nuevo empezaba a llover. No tuvo más remedio que quedarse a esperar.
- ¡Pués parece que va a estar así todo el día!
- Sí, eso parece.
- Pués como sea como el año pasado estamos arreglados porque no vamos a dejar el paraguas ni un minuto.
- Sí.
- El caso es que la temperatura es muy agradable... ¿verdad? Si quiere puede esperar aquí hasta que nos vayamos, pero todavía nos queda un rato.
- Gracias.
Pero algo hizo que saliera corriendo precipitadamente y sin decir nada. Vio pasar a Belén. Le chocó bastante, no recordaba haber quedado para hoy y dudaba si sabría su dirección con exactitud, aunque conociendo a Belén no era de extrañar. La siguió, no sin volver a comprobar antes la hora, había que ser estrictos.
- ¡Belén!
- ¡Cuánto me alegro! No esperaba verte por la calle tan pronto.
- Ya ves...
Comenzaron a caminar.
- ¿Cómo estás?
- ¡Mujer, es un poco pronto!
- Me he llevado una sorpresa, quería comprobar...
- Sí, ha he imaginado. Pero no sé si es buena idea que subas. Belén, ya sabes lo que pasa siempre, esta vez no quiero meter la pata.
- Sabes de sobra que sólo trato de ayudarte... si me dejas, claro.
- ¡Siempre estás con lo mismo! Sabes que me fastidia, me agobias, no sigas por favor. Necesito TIEMPO.
- ¿Tiempo? Me hace mucha gracia esa palabra. ¿Y qué hay de "mí" tiempo? Volvemos una y otra vez a lo mismo. Si intentases compartir en lugar de "hablar", ¿hablar?, no sé cómo llamar a lo que tú haces con ese trasto a todas horas. Entérate. A mí me puedes tocas, conmigo puedes sentir. Me atrevo a decir que preferiría que me pegases. Significaría que te importo. ¿Cuándo vas a darte cuenta que en las cosas pequeñas se encierra toda la verdad de nuestra vida? La única que nos es posible, al menos.
Llegaron empapados al apartamento. El le abrió la puerta y tras una rápida inspección comprobó que dentro del caos generalizado había un rincón en el que reinaba cierta quietud. Cerca de la ventana y bien orientada había una mesa de estudio bastante grande, apiladas, estaban amontonadas cajas, papeles, discos y lo que parecían juegos de última generación. Junto al cenicero lleno de colillas había una botella vacía y un vaso. En ella, casi descansando y en actitud de espera, la pantalla del ordenador parecía ocupar el lugar preferente de la casa. Belén le miró con cara de súplica. Pero no se atrevió a decir nada por temor a tener que escuchar lo que no quería. Aunque finalmente cedió.
- ¿Hay alguna esperanza? Dime que puedo confiar en volver a empezar. Dime que puedes hacerlo. Dime que la hay...
Apenas tuvo el valor de responder. El ordenador sa había quedado colgado y no había manera de continuar. Tuvo que cortar por lo sano. Llevaba horas sin levantarse de la silla, bebiendo, sin comer. En ese instante tuvo fuerzas para buscar en algún lugar de su interior. Encontró un lejano destello, una señal que le enviaba su cerebro. La fortuna había puesto a aquella mujer en su camino por alguna razón.