miércoles, 26 de noviembre de 2008

Una luz especial aquel día (Tomás)

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tregua de agua dijo...

UNA LUZ ESPECIAL

Aquel 26 de abril tenía una luz especial, pensó nada más asomarme a la ventana.

El día anterior, el sol, tímido e intermitente, había disputado su espacio a un cielo lánguido, surcado de nubes casi monocromas, como algodón sucio, que amenazaban agua y, por extensión, habían amenazado con deslucir la jornada que, finalmente, se salvó de esos húmedos presagios.

Se había levantado con el canto del gallo (si es que quedaran gallos en una ciudad como Madrid) y había desayunado fuerte, a la vista del programa advertido, según el cual, tardarían tres horas en llegar a la ciudad que visitarían durante el fin de semana, en la que podrían avistar restos arqueológicos y parajes de gran belleza, en palabras del guía de la excursión.

Tarareó una canción de su época infantil y que le venía a la mente, según qué momentos:

Me hago una coleta

y me pongo el mandil.

Como era su costumbre, abrió una de las hojas del tragaluz y dispuso sus pituitarias para impregnarlas del frescor que presumía. Apoyada en el alféizar, sus ojos recorrieron el rutinario espacio que abarcaban todas las mañanas desde hacía dos años y que no le deparó ninguna sorpresa, salvo esa luz antes descrita que había llamado a sus sentidos y que permaneció arcana, luego de preguntarse durante un tiempo indefinido por su razón de ser.

Absorta como estaba, el sonido del teléfono le sacó de sus pensamientos.

-¿Sí?

-¿Clara? -le preguntó una voz de hombre, a modo de saludo.

Le respondió que sí, que era ella y quiso saber quién le hablaba.

-¿...?.

Ante su silencio, volvió a inquirirle su identidad, un tanto ya inquieta.

-Tenemos que vernos -le contestó, al fin, con un tono de voz que intuyó nervioso, como si una gravedad le impidiera modular bien sus palabras-. Lo que yo te quiero decir es mejor hacerlo el uno frente al otro.

-Mire, no sé quién es -le replicó de forma severa- y no acostumbro a quedar con alguien al que no conozco, aparte de que me disponía a salir ahora mismo de viaje.

-Estoy al tanto de tu viaje y por ello precisamente pensé que era un buen momento para vernos -prosiguió con su hablar inseguro.

Balbuceó algo antes de, en un gesto de autómata, colgar el auricular al escuchar sus últimas palabras: “Clara, tenemos que vernos. Soy tu padre”.

Cuando llegó al autocar, sólo faltaba ella y estaban a punto de llamarla, preocupados. El primer tramo del trayecto lo pasó ensimismada. Pensó que no debió colgar a aquel chalado y decirle bien clarito: “Oiga, mi padre ha muerto hace quince días, así que no voy a permitirle semejante burla”. Después, se olvidó del episodio, que sólo la importunó muy de vez en cuando y de forma fugaz, pues ya lo tenía catalogado como una broma.

El paisaje cambiaba según avanzaban. Tras atravesar la Sierra de Guadarrama, la inmensidad de Castilla se mostró ante sus ojos, con el horizonte marcado en el infinito. El cielo, incólume, anunciaba una jornada apacible, circunstancia que no se alteró, conforme iban avanzando hacia su lugar de destino.

La estación de autobuses de Terumes debía de estar emplazada en la parte nueva de la ciudad, pues apenas difería de las que ella ya conocía, con sus edificios aglomerados sin concierto, al libre albedrío que marcara la especulación inmobiliaria.

Subió a la habitación del hotel sólo el tiempo necesario para ducharse, deshacer parte de su equipaje y cambiarse de ropa. Contempló la desnudez de su cuerpo con la complacencia que daban sus veintidós años, edad a la que la ley de la gravedad aún no han comenzado a hacer estragos. Antes de bajar, se asomó a la ventana y la panorámica en forma de tejados, hizo que apenas se detuviera en el avistamiento. No obstante, sí se acordó de aquella luz especial que sus sentidos habían detectado a primeras horas de la mañana, pero ya no había rastro de ella, como tampoco la hubo durante el viaje y, nada más cerrar la puerta de la estancia, volvió a olvidar el capítulo.

Un microbús esperaba a su grupo y en él se dirigieron hacía la zona de las excavaciones, en la que se habían descubierto restos romanos.

Había elegido su carrera universitaria más con el corazón que con la cabeza, una de esas de las que sabes lo difícil que será vivir de ella. Opositora a Conservadora del Patrimonio, había hecho sus pinitos como colaboradora en alguna universidad excavando cuevas y ahora trataba de especializarse en alfarería y telares marroquíes, país que había visitado en varias ocasiones al efecto.

Llegó al hotel cansada y aterida por culpa de aquel relente que había bajado, conforme se difuminaba la luz del día, pero no tenía ganas de meterse en la cama y eligió unirse al grupo que había decidido salir del hotel a cenar y a tomar unas copas. Esa ingesta de alcohol, aunque no elevada, fue suficiente para que su estado de ánimo decayera por la reciente muerte de su progenitor y decidió pasar la noche con Raúl, que llevaba tiempo detrás de ella y al que siempre le había dado negativas.

Siguiendo el programa, a la mañana siguiente madrugaron y visitaron parajes de aquella provincia que dieron la razón al guía en su advertimiento sobre su belleza, tanto, que Clara se prometió a si misma volver algún día con más detenimiento. Raúl estuvo constantemente pendiente de ella, hasta tal punto, y sin llegar a advertirlo, que la importunaba y se arrepintió de haber pasado la noche con él. Verdaderamente, se había arrepentido a los quince minutos de meterlo en su cama.

Después de comer y de vuelta a la ciudad, salieron de compras. El monitor les llevó a una calle típica, donde estaban ubicadas las tiendas más representativas de la artesanía comarcal. Apenas se situó en ella, a Clara se le aceleró el pulso, a la vista de aquella luz tan especial que ahora volvía a embotar sus sentidos, llevándola casi al llanto, pero se repuso y, aunque la tuvo en todo momento presente mientras duró, se habituó a su compañía.

Se trataba de una cuesta pronunciada que, unida a la subida que se apreciaba en la lejanía, conformaban, ambas, la cuenca del río. Así mismo, la rúa hacía nexo de unión entre las zonas alta y baja de la ciudad, donde antaño se había asentado la comunidad judía y de la que ya no quedaban vestigios, salvo el nombre de las calles, todas dedicadas a los distintos gremios que, otrora, allí comerciaron.

Cada uno fue comprando lo que le pareció acorde para los destinatarios de los regalos. A Clara le llamaron la atención unos prendedores de pelo que, según le informó el artesano, estaban hechos con calabaza vaciada y seca. Eligió uno con su nombre pirograbado y otro con el de su madre. Mientras el hombre que la atendió se los envolvía, ella le preguntó por distintas técnicas relacionadas con piezas artesanales que vio por allí y él le fue informando “hasta donde me lo permite el secreto profesional”.

Cuando volvió a Madrid, fue directamente a casa de su progenitora para regalarle el prendedor y contarle los pormenores de la excursión.

-¿Entonces, te ha gustado Terumes? –le preguntó Celia, su madre, a la vez que se lo colocaba entre sus cabellos.

Sí. mucho -le contestó, entusiasmada, Clara- Además he pensado en volver algún día con más calma.

Se acordó, entonces, de la llamada del día de su partida y se lo hizo saber.

-¿Te ha llamado? –fue lo que se le ocurrió a Celia.

-¿Me ha llamado quién, mamá?

Clara se había sobresaltado ante esa pregunta. Por eso y porque vio que a su madre le había cambiado el semblante.

-Tengo que contarte una historia –le contestó, cogiéndole las manos-. Tú ya sabes que estuve casada antes de conocer a tu... padre.

Y esta es la historia que le contó:

“Me casé con él tan joven como enamorada y de él me separé sin haber decrecido esa pasión. Fuimos muy felices con nuestra vida bohemia; yo soñando con triunfar en la pintura y él en la literatura y todo marchaba muy bien, hasta que yo –o él, aún hoy tengo mis dudas- eché todo a perder.

De mutuo acuerdo, habíamos quedado en no tener descendencia durante unos años para disfrutar la vida y sacar nuestras vocaciones adelante sin ningún condicionante, hasta que sentí la necesidad de ser madre, tan imperiosa que, ante su negativa, decidí separarme. Él se marchó a la ciudad de donde procedía, yo me casé otra vez y nació tu hermano.

(1)

(2) Pasaron años sin tener noticias suyas y fui yo quien lo busqué, desesperada por no poder olvidarlo. Nos volvimos a encontrar e incluso pensé en irme con él, pero seguía con sus ideas, yo ya tenía un hijo con otro... No pudo ser, aunque seguimos viéndonos y hasta hace poco lo he estado engañando..., contigo”.

ESTE SERÍA UN FINAL

Y ESTE SERÍA OTRO, QUE TAMBIÉN PODRÍA IR EN (1) Y SEGUIR EN (2)

Mientras Celia le contaba la historia a su hija, se había sacado el prendedor del pelo y jugaba con él, acariciándolo.

Y ESTE SERÍA OTRO, EN EL QUE ENTRARÍAN LOS DOS ANTERIORES

-Aunque mi cumpleaños lo celebro el quince de enero, me contó mamá que fui concebida un 26 de abril y, aquel día, el que ahora resulta que es mi padre, le dijo que el día tenía una luz especial -me contó Clara como epílogo a su historia, después de autorizarme para contarla.