jueves, 20 de noviembre de 2008

Ana (Manuel Gallardo)

2 comentarios:

tregua de agua dijo...

26 DE ABRIL

-26 de abril, hay una luz especial esta mañana- pensó Ana mientras sus sentidos se despertaban a ritmo de sol.

Hoy sería un día distinto a los aburridos días del resto del año. Vendrían sus amigos, como cada año en esta fecha, a la comida que ella preparaba. Le gustaba esta reunión a pesar de las consabidas bromas de “Ya eres un año más vieja” o “Que cumplas muchos más”. Realmente nunca había sabido si esto último significaba una alusión a su próxima cincuentena, o era un deseo real de larga vida. De todas formas eran sus únicos amigos y prefería suponer lo segundo.

-Voy a encender el horno- dijo para sí mientras se levantaba y se dirigía a la cocina-. Con 200º será suficiente………..ya está.

En ese momento sonó el timbre del teléfono.

-Dígame.

- Buenos días. Quisiera hablar con Ana García- respondió una voz masculina.

-Sí, soy yo…

-Verá, le extrañará esta llamada……..sobre todo después de tantos años……verá…. lo que quiero decirle es que soy Pedro García …….. su padre- trataba de aclarar aquella voz visiblemente nerviosa al otro extremo de la línea.

Ana comenzó a notar cómo le temblaba el labio inferior de su boca. Siempre le temblaba cuando alguna situación la dejaba fuera de juego, cuando las palabras no encontraban el hilo que las uniera de forma coherente para expresarse.

-¿Cómo dice?- fue lo único que atinó a decir.

-Sé que han pasado 46 años desde que tuve que dejar nuestro hogar. Tú eras aún muy pequeña y no te acordarás, peo yo no os he olvidado nunca ni a ti ni a tu madre, en todo este tiempo…….

-¿Cree usted que es normal que después de tanto tiempo se presente en mi vida así como así?- le cortó Ana.

Se hizo un molesto silencio en la conversación mientras ambos recomponían su estrategia.

-¿Me permitirías que pase hoy a visitarte? He venido a Madrid exclusivamente para verte y decirte algo muy importante- se atrevió a decir Pedro.

-Está bien. ¿Conoce mi dirección?

-Si, la tengo ¿Te parece bien dentro de media hora?

-¿En media hora?.... Vale- aceptó Ana, calculando mentalmente el tiempo que necesitaría para arreglarse un poco y ordenar el salón.

Aquella llamada la había desconcertado totalmente. A pesar de haber soñado miles de veces con el regreso de su padre, cuando era pequeña; hacía muchos años que aquel deseo había sido sustituido por otros más mundanos e inmediatos.

Era curioso que su madre jamás le hablara mal de su padre. Es más lo recordaba con nostalgia y con evidentes muestras del amor que aún le profesaba y que no podía evitar que se manifestara en el brillo de sus ojos al hablar de él. Pocos días antes de la muerte de su madre, Ana le había insistido en la eterna pregunta sin respuesta, acerca del motivo de la separación de ambos, pero como había hecho siempre, se negaba a dar contestación. Ana se imaginaba que la causa habría sido alguna infidelidad que su madre no perdonó en un principio y que perdió la importancia que parecía tener frente a otros valores de su padre, cuando ya fue tarde para ella.

Sonó el timbre de la puerta y Ana se apresuró a abrir, no sin antes mirarse en el espejo del recibidor para confirmar que su peinado conservaba la forma.

Tras la puerta apareció un hombre de unos 75 años, correctamente vestido con traje gris y magnífica corbata de seda estampada sujeta con un precioso alfiler de oro. Al estirar su brazo para ofrecerle un cordial apretón de mano a Ana, esta pudo contemplar un gemelo en su bocamanga que parecía hacer juego con el alfiler de la corbata.

-Soy Pedro García- se adelantó a decir el visitante.

-Soy Ana, pasa, pasa- respondió Ana mientras estudiaba el rostro del recién llegado, comprobando que algo grave dejaba manifiestamente su huella en la madurez de aquel sereno rostro.

Pasaron al salón y ambos tomaron asiento. La situación parecía especialmente incómoda para Ana. Aquel momento, tan ansiado en su niñez, no se parecía en nada a como se lo había imaginado. Fue Pedro el que rompió el silencio.

-Siempre quise volver a vivir con vosotras, pero tu madre se opuso. Yo nunca dejé de quereros.

-Aún así podías haber vuelto antes. Nunca te preocupaste por hablar conmigo, por saber cómo pensaba, etcétera, y ahora te presentas aquí, de repente y como si nada.

-Por tus palabras veo que hay cosas que desconoces. Te explicaré. Tu madre y yo nos casamos muy enamorados, no creo que dos personas se hayan amado con esa intensidad en este mundo. Tanto era así que voluntariamente me comprometí con ella a dos cosas: nunca coartaría su libertad y siempre respetaría su voluntad. Los años pasaron felizmente y llegaste tú, lo que colmó más aún nuestra felicidad. Todo era perfecto …… pero un día, después de una cena de empresa con los compañeros, nos fuimos de copas, a lo que yo no estaba acostumbrado y el alcohol me hizo perder la conciencia hasta tal punto que cedí al acoso de una compañera que en nada disimulaba su interés por mí. Cuando volvía a casa en taxi y el efecto del alcohol comenzaba a disiparse, me di cuenta del error cometido. Presa de la desesperación y plenamente arrepentido de lo ocurrido, nada mas llegar a casa le conté a tu madre lo sucedido, implorándole su perdón a un acto que ni yo mismo me perdonaba……..

Pedro detuvo la narración porque a pesar de los años transcurridos, aún su voz se quebraba al recordar aquella fatídica noche. Con los ojos llenos de lágrimas siguió contando lo sucedido.

-Ella me miró a los ojos. En los suyos pude observar el profundo dolor que sentía. No existía odio en su mirada, solo dolor, al igual que lo sentía yo. Nos abrazamos y así estuvimos largo rato. Nos conocíamos tan profundamente que ambos sabíamos que sería el último abrazo de nuestra vida. Pasamos la mañana hablando sobre lo sucedido, pero el mal estaba hecho y ya nunca podría nada ser igual que antes, por lo que a pesar de que dejaba en aquella casa mi corazón roto, tuve que abandonarla, cumpliendo mi promesa de respetar su voluntad que no era otra, en ese momento, de nuestra separación para siempre.

-Nunca conseguí que ella me contara el motivo de vuestra separación. Ahora puedo comprender algunas cosas- dijo Ana más para sí misma que para su interlocutor, a la vez que pensaba en aquellos ojos de su madre, brillantes de puro rebose de sentimientos cuando hablaba de él-. Creo que nunca dejó de amarte y pienso que muy gustosamente te habría relevado de aquella promesa de respeto a su inicial voluntad de separación- se atrevió a especular Ana-.Pero bueno, ella ya no existe y eso es agua pasada ¿Qué te ha llevado a contactar conmigo?

-No voy a andarme con rodeos, que bastante tiempo he perdido ya en la vida. Una enfermedad mortal consume mi cuerpo. El médico me da seis meses de vida y quiero aprovecharlos disfrutando de la compañía de mi hija, de la que durante tantos años me he sentido privado. No quiero que esto signifique una carga para ti. Será solo si lo deseas. Al igual que a tu madre, no quiero imponerte nada. Tampoco tu decisión va a cambiar en nada mi testamento en el que te nombro única heredera de mi pequeña fortuna- soltó de sopetón y casi sin respirar el anciano.

-Todo esto es ……… tan inesperado- balbuceó Ana mientras soñaba de nuevo con su padre en casa, con poderlo abrazar, con largas veladas contándose sus recuerdos, desvelándose vivencias de su madre-. Déjame que asimile todo esto …. no sé … Estoy un poco aturdida.

- Si, sí, claro. Toma, te dejo mi tarjeta donde tengo el número de mi móvil. Llámame cuando quieras- dijo Pedro mientras sacaba su tarjeta de la billetera y se la entregaba a Ana, dejando ver una vieja foto de familia de la época, con el padre de pie, la madre sentada y una niña de unos cuatro años sentada en sus rodillas.

-Esta foto nunca se ha separado de mí en todos estos años- dijo Pedro sacando la foto de la billetera y enseñándosela a Ana.

-¿Quiénes son?- preguntó Ana.

-Tu madre, tú y yo- respondió Pedro.

De nuevo el labio inferior de Ana comenzó a temblar. ¿Era aquello una broma de mal gusto?

-Ni esa es mi madre, ni esa soy yo, ni ese es mi padre- dijo con voz alterada Ana-. Tengo bastantes fotos de esa época que conservaba mi madre y puedo asegurar lo que digo.

Pedro se quedó con la foto en la mano, mirando como un idiota a los ojos de Ana, tratando de atisbar algo congruente en la situación.

-¿Tu madre no era Anacleta Sánchez?- se atrevió a decir, pensando a la vez que el estúpido detective al que había contratado para localizarla, se había vuelto a equivocar por segunda vez.

-No, mi madre se llamaba Ana, a secas- respondió Ana.

-Bueno, ella se llamaba Anacleta pero por coquetería siempre decía que se llamaba Ana y así la conocía todo el mundo- dijo Pedro ya sin mucha fe.

-Que no, que no, que no …… que ella no se llamaba Anacleta. Esta es una foto con mi madre de cuando yo era pequeña y ella no se parece en nada a esa de la foto que me muestra- respondió Ana viviblemente alterada y cambiando bruscamente el tratamiento familiar al visitante, mientras le mostraba una foto que sacó de un cajón del mueble del salón.

Ambos se quedaron sin saber que decir, mirándose de forma penetrante. En pocos minutos habían pasado de ser dos extraños a ser dos seres queridos y nuevamente a extraños.

Se despidieron rápidamente, lamentando lo ocurrido. Ana volvió al salón y después de mirar nuevamente la foto, la guardó en el cajón. El labio inferior le temblaba cuando se dirigía a la cocina, mientras pensaba que el horno ya estaría a 200º.



Manuel J.Gallardo

tregua de agua dijo...

Jesús Ferrero
Cuento bien planteado pero mal acabado. Hay que argumentarlo mejor:
nadie se separa por una infidelidad como la descrita