lunes, 17 de noviembre de 2008

Tijeras (Tomás Esteban)

2 comentarios:

tregua de agua dijo...

¿Dónde habría dejado las tijeras?. Aunque, en una primera instancia, lo hizo de forma inconsciente, pensó, al momento, que no era la primera vez que galimatías tal lo visitaba y, no llegando a alarmarse, tuvo, sin embargo, conciencia de una memoria, últimamente, itinerante; él, poseedor de una retentiva a prueba de tiempo inmemorial.
Había estado, toda la tarde, echando sus cuentas. Cuatro intentos y no le salían, que más parecía que, contable como era, y experto, no quisieran los números entrar en vereda ni acomodarse a sus propias leyes, dos más dos son cuatro, y en ello estaba, sintiéndose ya próximo a la vergüenza consiguiente.
Tal andaba en esas circunstancias, que las horas volaron sin él darse, apenas, cuenta y vio que ya la noche era cuando una mosca -más bien el sonido de su vuelo- le bajó de aquella región alta, adonde le habían llevado sus pensamientos.
Se percató, primero, de que la lluvia escupía sobre los cristales de la ventana y, luego, de que su estómago pedía sustento para aplacar la soledad a la que habíale llevado la falta de ingesta en un tiempo muy prolongado, pero que no pudo definir, aunque tampoco mucho empeño puso en ello.
Sopesó sus circunstancias y volvió, por tanto, a la levedad física y a saber si no volvería también a aquel sinfín de laberintos en los que siempre quedaba, de un tiempo a esta parte, atrapado y sin ningún atisbo de salida. Eso sí, abstraído como estaba, pudo, esta vez, oír el zumbido de la dichosa mosca e, incluso, diole tiempo a dejarla, parecía, moribunda del manotazo con el que la alcanzó de lleno.
En una de esas disquisiciones que se traía, recordó el principio de todo o, al menos, lo que él tenía como tal, la mañana aquella en que, leyendo, balbuceó, más que leer, las letras impresas en el periódico y que versaban sobre un artículo del que no recordaba el asunto, pero que se le antojaron incoherentes, luego de volver a retomarlas en varios intentos, para, alarmado, llamar al amigo de la infancia, del alma, que leía, por costumbre, el mismo diario y tuvo que ser éste quien le devolviera el sosiego al explicarle que era el propio articulista el culpable de esas discordantes oraciones gramaticales, ampliándole, para su conocimiento, que corría la voz por distintas redacciones sobre la próxima jubilación, anticipada, del aludido, debido a que el mal del alzheimer habíase cebado con él.
Se acordó otra vez de las tijeras, pero, sus ojos, en ese repaso visual, se detuvieron en una de las fotografías que decoraban el aparador del salón y en la que, miles de granitos de cloruro de plata, en asociación con la correspondiente reacción química, mostraban la imagen de una familia de la que él, cuando todo estuvo en su sitio, había sido el cabeza y a la que, a su pesar, había sobrevivido, después de ochenta años en este respirar que llaman vida, frase, esta última, acuñada de su puño y letra, cuando soñaba en ser poeta, mucho antes de que sus circunstancias lo pusieran en su sitio.
Fue, entonces, cuando comenzó a llorar y lo hizo durante mucho tiempo. Lloró tanto que lo hizo, ya secas, sobre sus propias lágrimas, mientras un sopor dulce lo fue envolviendo y, justo en ese momento, se preguntó por el nombre de aquel objeto, de aspecto metalizado y alargado, marca “Palmera”, que descansaba al lado de su libro de cuentas.

Tomás Carrascal Pachón

tregua de agua dijo...

Jesús Ferrero
Relato muy bien construido, tan literario como eficaz, de una densidad existencial poco frecuente en ejercicios de esta naturaleza: transmite a la perfección el infierno de la desmemoria.
Francamente bueno.