miércoles, 19 de noviembre de 2008

El cerrojo (Manuel Gallardo)

2 comentarios:

tregua de agua dijo...

EL CERROJO

¿Cómo podía un padre saber lo que pasaba por la mente de una mujer de 22 años?. Su cuerpo había sido vendido, a través de una boda concertada, al rico Carlos Laporte, el mayor terrateniente de la comarca, pero su corazón pertenecía a Miguel, el administrador del cortijo de su padre.

A pesar de que entre Miguel y Susana nunca se habían intercambiado ni una sola palabra que denotara sus sentimientos, cada vez que se encontraban, sus miradas delataban los apasionados latidos de sus jóvenes corazones.

El día que el padre de Susana anunció el compromiso matrimonial, los ojos de Miguel adquirieron el rojo de la desesperación y de la impotencia convertida en lágrimas. Susana nada podía hacer en aquella época en que un padre era dueño y señor del destino de sus hijas. Cuando ella se cruzó en el jardín con el apuesto administrador, le miró a los ojos tratando de conocer sus pensamientos, pero él, lanzándole una durísima mirada, bajó los ojos al suelo en muestra de su forzada aceptación del hecho.

Ahora, a media noche, en el oscuro pasillo que conducía a las habitaciones del servicio, Susana mantenía firme su decisión de entregarse a su amado Miguel antes de que a la mañana siguiente se celebrase su boda y de forma definitiva ella abandonara el cortijo de su padre. Avanzaba a la escasa luz de la luna que penetraba por la ventana del fondo del pasillo. Allí, a la izquierda, estaba la puerta de acceso al dormitorio del joven administrador. Apoyó la mano sobre el picaporte que cediendo a la presión, permitió que la puerta se abriera de forma casi imperceptible. Otra leve presión, esta vez contra la puerta, la hizo abrir lo suficiente como para permitirle la entrada.

Una vez dentro pudo oír unos sollozos provenientes de la gran cama con dosel situada a la izquierda de la estancia. Si lugar a dudas la desesperación se había apoderado del ánimo de Miguel, siendo la almohada su única confidente.

Susana, impresionada, no advirtió la presencia de la silla situada cerca de la puerta, por lo que a pesar de su cautela, no pudo evitar chocar contra ella, haciendo un leve ruido. Miguel, al oírlo se incorporó de la cama, quedándose mudo de sorpresa al contemplar la presencia de su amada. Impresionado por la situación, perdió la noción del lugar donde se encontraba lo que le hizo tropezar con la silla donde reposaba su capa, haciéndolas caer al suelo con el consiguiente ruido.

Temeroso de haber sido oído en el exterior de la habitación, rápidamente corrió a echar el cerrojo de la puerta, mientras abrazaba a la hermosa Susana reteniéndola contra su cuerpo, a la vez que trataba de besarla. Esta hizo un primer ademán de rechazo ante tan imprevisto impulso, pero pronto cedió a los deseos de su amado que en nada se diferenciaban de los suyos.

La gran pasión contenida durante meses rompió los moldes de la educación que hasta entonces la dominaban, dando paso a un sinfín de abrazos, besos y caricias que de forma incontenible los desbordaba. Las sábanas de la cama, que hasta ese momento solo habían conocido el sabor de las amargas lágrimas del joven, a partir de ese instante serían cómplices y partícipes del amor tan desesperadamente carnal como solo dos jóvenes amantes pueden prodigarse en la que saben que será la única noche compartida de sus vidas.

Los rayos del sol anunciando el nuevo día marcarían el curso real de la vida, pero por unas horas, el destino haciendo un guiño, se dejaba seducir por el amor.



Manuel J. Gallardo.

tregua de agua dijo...

Jesús Ferrero
Relato bien argumentado, de escritura trasparente y en la que sólo sobran algunos adjetivos fáciles, pero el lector espera un final más contundente y menos consolador. Bastaría con una frase que podría decir ella, de carácter trágico quizá, aunque también podría ser de carácter cómico (o tragicómico).
Como ejercicio, excelente.